Tuesday, December 2, 2014

FUGAS, DE WILLIAM NAVARRETE

La infancia y la adolescencia son los dos temas que “se fugan”, entrelazados como en la forma musical de la que toma el nombre, en la segunda novela de William Navarrete (Banes, Cuba, 1968), Fugas (Tusquets 2013).
Estos dos temas tienen, como en una composición barroca, dos subtemas, la vida cotidiana en la década de 1970 en Banes, pueblo de la entonces provincia de Oriente, y la de la década de 1980 en La Habana. El sustrato armónico que apoya los temas de esta fuga literaria es el de la opresión. Primero el padre de familia con su machismo, habitual en la cultura hispana, el Pater tiranus, en palabras del propio Navarrete. Luego el tirano-caudillo típico de los países de Hispanoamérica. Esta opresión obliga al personaje central y a su madre a tomar la fuga (en su sentido literal) como única salida de un problema que parece insoluble en estas tierras tropicales donde la testicularidad manda.
Aunque las historias de esta bien estructurada novela tienen su carga opresiva por las circunstancias sociopolíticas que agobian a los personajes, Navarrete ha sabido sazonar su ágil narración con pasajes hermosos y elementos humorísticos que, sin restar drama, aligeran la carga emotiva que conlleva la desgracia social y familiar del personaje.
También juega el autor con la misteriosa coincidencia de que los tres últimos dictadores cubanos nacieron en la zona de Banes: Fulgencio Batista y Fidel y Raúl Castro. Aunque también nació allí uno de los más grandes poetas de la isla y de la lengua, Gastón Baquero, de quien toma unos versos para el exergo. También la historia de la región, con su pasado colonial y su “Yunai” (United Fruit Company) estadounidense, se perfila a través de la vida de los ancestros del personaje central.
No es imprescindible encasillar las obras artísticas o literarias, pero si hubiera que ubicar Fugas en alguna corriente, estilo o tendencia, se le podría situar dentro del costumbrismo, porque con minucioso deleite Navarrete reconstruye no solo el paisaje familiar de primas, tías, abuelas, bisabuelas y ese mundo femenino de antaño, donde la cocina era feudo vedado y misterioso que se heredaba de madres a hijas, sino los jardines y patios interiores de las casas antiguas de provincia con sus flores exóticas, sus árboles únicos y sus olores que pautaban el paso de las horas. Desfilan los mantones de Manila, los miriñaques y los revuelos del abanico de la bisabuela a la que aún llaman doña “y ese ‘doña’ sonaba a prehistoria, a algo excepcional, completamente en desuso. En los tiempos que se vivían, ni siquiera a las mujeres se las trataba ya de señoras, por simple temor de que una deferencia de ese tipo denotara cierto apego a la decadencia burguesa ya vencida por la nueva sociedad”.
Así, como al pasar, pero con pinceladas definitorias, Navarrete va construyendo el paisaje de la Cuba que le tocó vivir a él y a su familia, con su belleza y con su horror. Gran cronista de viajes, el autor sabe observar y reproducir lo observado con lujo sensorial. Tanto las costumbres del Oriente de su infancia, como La Habana bohemia de su adolescencia quedan plasmadas en esta novela de fácil lectura. Como “a paso de conga” se lee. De la primera imagen musical y simbólica, del carnaval oriental donde un negro casi mítico va “arrollando” en la conga con la famosa cornetica china, hasta el cierre en el aeropuerto de la fuga final, el lector queda atrapado en esta historia que, aunque ficticia, tiene muchos puntos de contacto con la vida de tantos hispanos que también se han ido huyendo de sus países. Estas Fugas de Navarrete, a pesar de su sabor tan personal son también un poco las fugas de todos.
daniel.dfernandez.fernandez@gmail.com
Este artículo fue publicado originalmente el 19 de abril del 2014.




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